Inconsciencia

 

Me acuerdo de Tanya que tenía ojos achinados y le faltaban algunas chauchas para el peso. Sus dedos eran cortos, cilíndricos, gruesos. Con ella me lancé calle abajo atravesando la avenida Viña del Mar en el asiento trasero de su bicicleta sin saber qué tanto arriesgaba la vida.

Navidad

En Navidad y, en especial, en el Año Nuevo, cuando era chica, había que lavar las ventanas, encerar los pisos y lavar las copas. Todas las copas. Era un trabajo de locos. El piso era de parqué y había que esperar a que la cera se secase para pasar la aspiradora.

Por eso, cuando siento olor a cera, en especial si se confunde con el olor de la cocina encendida, pienso en Navidad.

Invierno

Yo no sé de las terribles tormentas de las que habla mi hermana. Para mí los inviernos eran la lluvia cubriendo el patio y los árboles bailando al son del viento; el olor a tierra mojada, el gorro y la bufanda tejidos por la mamá; ella barriendo el agua del porche con las botitas de hule y la escoba de ratén.

extravío

A veces hace preguntas raras. Ella aún le tiene paciencia suficiente para contestárselas. La ve atascarse en las palabras, buscarlas en algún punto en el espacio por sobre su cabeza, tratando de explicar aquello que la atormenta por dentro.

mar

Sube al bus y se instala en la ventana, siempre al lado de la ventana, para mirar el mar que ha visto millones de veces desde que nació y aún atrapa su mirada, sea gris, azul o brillante verde, turquesa o calipso o rojo aún como durante los arreboles de otoño que incendian el cielo.

Dulces en el cine

Aún tengo recuerdos de cuando íbamos a ver películas en horario de matiné al teatro Metro que nos recibía con su decoración Art Decó, la confitería con los estantes llenos de dulces y su mesón curvo de madera maciza y barnizada, el que yo apenas alcanzaba siendo niña al momento de elegir los confites que mi papá ofrecía comprar. Gajitos de naranja y limón eran mis preferidos y bolitas de frambuesa los de mi hermana. Desde entonces y hasta ahora siempre ha sido un rito entrar a ver una película con algo para distraer la boca.

El olvido

Últimamente olvidaba todo. Y esas frases con las que solía jugar en su mente para su goce literario, aquellas floribundas sentencias que solía hilvanar, se diluían ahora mucho antes de que lograra vaciarlas al portátil. No conocía la causa. No había pruebas contundentes de que fuese una falla en la memoria de corto plazo. Le dijeron que era sólo stress, que debía darse un tiempo para descansar, alejarse del trajín diario. Pero le asustaba mucho y le incomodaba aún más.