El Bazar

Había un bazar en esa calle, un poco más abajo de lo que entonces era la panadería Recreo. Yo tendría ocho o nueve años y cada vez que me mandaban a comprar el pan, pasaba a ver la muñeca flaca y en traje de baño rojo que el negocio exhibía en su única vitrina. No era Barbie, como las de mis compañeras de colegio, sino apenas un modelo en plástico barato, pero yo deseaba tenerla. Costaba $60. Ahorré mi mesada y un día partí a comprarla. No sé que habrá pensado la dueña, una señora de edad madura. Seguro le causó gracia porque yo apenas me asomaba por el mesón de vidrio mientras pedía mi muñeca y depositaba el dinero ante su vista. <A veces me pregunto dónde quedó toda esa determinación.> En fin, ese hecho, en algún grado, fue mi inspiración para crear el almacén en «un extraño en el pueblo» donde la protagonista, una niña en camino a ser mujer, ansiaba el vestido rojo que Simón tenía en exhibición junto a los estantes de los tomates y de las cacerolas.